El próximo martes 14 de agosto del presente año, en el auditorio Tulio Gómez Estrada de la Universidad de Caldas, Sede Palogrande, se dará inicio a la tercera Cátedra de Historia Regional de Manizales, Cultura y territorio. En esta ocasión el homenaje es para la escritora Doña Blanca Isaza de Jaramillo Meza (Abejorral Antioquia 1898 - Manizales 1967).
Blanca Isaza de Jaramillo Meza
Imagen tomada de WordPress
Dentro de las personas conocedoras, seguidoras y admiradoras de su obra, se encuentra Claudia Torres Arango, fiel asistente a las anteriores versiones de la Cátedra. Gracias a su generosidad, estaremos publicando en este espacio: itinerarios breves, poemas, cuentos y crónicas de Doña Blanca, escritos, que Claudia ha ido tomando de la Revista Manizales (la que reposa actualmente en la Biblioteca del Banco de la República). Lo anterior con el objetivo de difundir la magnitud de la obra, que es … una observación de las pequeñas cosas de la vida…Además, es importante que se pueda conocer hoy la visión que tenia del mundo y de la Manizales de parte del siglo XX.
Esperamos lo disfruten.
Manizales. Revista literaria mensual. Volumen VIII Septiembre de 1946, número 72. Página 33
Itinerario breve.
Alas sobre Manizales.
Sólo por exasperar nuestro claro orgullo manizalita, alguien nos dice: -Aquí van a gastar un montón de dinero construyendo un campo de aterrizaje que es sólo un lujo, que no es una necesidad primordial, que les va a quedar apenas un poco más cerca que el de Pereira, cuando la carretera a esa ciudad esté asfaltada en su totalidad; bien podían prescindir de él.
Habla uno de esos profesionales de la inconformidad, de esos augures del fracaso, de esos eternos descontentos que tienen pronta la crítica y a flor de piel el comentario despectivo para toda empresa que unifique en torno las aspiraciones de los buenos hijos de la ciudad.
Sólo la Central hidroeléctrica tiene prelación e importancia sobre el campo de aterrizaje, porque ella es la industrialización de Manizales y el ensanche de sus fábricas, y la comodidad de los hogares y la belleza urbana, y la creación de nuevas zonas residenciales y el camino del éxito para las pequeñas industrias domésticas. Eso ya lo hemos dicho todos, en sonoras metáforas líricas y en la elocuencia exacta de los números; eso lo tenemos suficientemente dilucidado; así nos redimiremos de la tiranía del combustible caro, salvaremos las escasas reservas forestales que nos quedan para que en el futuro no tengamos un panorama de colinas desnudas, estériles, desgarradas bajo el azote de la tala continua, sacrificadas al holocausto cotidiano, en el rito bárbaro que ofician los quemadores de carbón. Y aseguraremos el agua, el agua buena y cordial y purificadora en el filtro de la montaña, en el corazón armonioso y fragante de la selva. Pero, después de la central hidroeléctrica, nuestra empresa definitiva es el campo de aterrizaje; ella está por encima de la apertura de las nuevas avenidas, y de la decoración de la Catedral, y de la construcción de suntuosos palacios y de todo plan de progreso que adelantamos con decidido empeño.
El aeródromo de Santágueda sacará nuestra ciudad a la calle real del mundo; ya no seremos como una vereda en los mapas que cruza el amplio trazo de las rutas aéreas; estaremos incorporados al creciente ritmo de la civilización que anula las distancias y borra las fronteras, y fraterniza los pueblos y cifra en las alas platinadas su más alta conquista; a nuestro paisaje familiar le hacen falta las águilas mecánicas; necesitamos poner sobre el símbolo fraterno de escudo, en el claro acogedor de la puerta franca, el símil conquistador del ala.
No hace mucho nos escribía desde Nueva York un noble amigo que por todas partes donde va lleva en el corazón la imagen clara de la ciudad, y que en el ruido de las grandes urbes evoca con nostalgia la música asordinada del surtidor de la Plaza de los Fundadores: -Trabajen ustedes por el campo de aterrizaje, pero a diario y con entusiasmo, porque desde aquí es precisamente desde donde se puede apreciar la necesidad inaplazable de ese aeródromo. Con qué desconsuelo nuestro amigo hojearía las guías de turismo newyorkinas; allí no ha figurado Manizales, no hemos estado en el itinerario de los viajeros que anhelan venir a Colombia a dejar sus dólares a cambio de paisajes tropicales, de emociones nuevas, de unos cuantos productos autóctonos y de algunas curiosidades regionales.
Aquí, en este saloncito de la biblioteca nos tocó hace algunos meses consultar con Miss Elvira Merril Wolfe, una muchacha inteligente agregada a la Embajada Norteamericana, una de esas guías de turismo; no estaba Manizales; apenas un pequeño círculo rojo señalaba a Cartago; natural; sin aeródromo no podíamos alcanzar el honor de figurar en el mapa, se nos borraba del panorama viajero con una fría indiferencia, con un despectivo gesto; se nos consideraba como una humilde aldea, como una poblacioncita ubicada al margen de los grandes caminos aéreos.
Nuestra amiga se quedó absorta ante nuestra ciudad; recibió una emoción inolvidable cuando desde la cornisa de la torre central de la Catedral admiró las construcciones del más moderno estilo y la incomparable concha de montañas, y la imprevista belleza de nuestras avenidas y ese torreón de los paisajes que es el Parque del Observatorio.
Con qué tonificante entusiasmo oímos a Alberto Jaramillo Sánchez hablarnos del campo de Santágueda, en el ambiente grato de La Peña, en una amable tertulia de hace pocas noches; nosotros, agresivamente regionalistas, en esta vez sólo queríamos que el contrato del aeródromo se adjudicara al que lo construyera más rápido y en mejores condiciones; podría ser una casa de Medellín o de la China, pero el todo era que se tratara de una firma responsable que pusiera en realizar esta aspiración unánime de los manizaleños todo su entusiasmo y su tecnicismo y sus maquinarias de una eficiencia revolucionaria. Hay máquinas ahora, nos dice el constructor, que hacen el trabajo de cuatrocientos obreros. Y después esta civilización del maquinismo se queja de que los desocupados formen inquietantes legiones, se asusta de los problemas obreros y ve crecer con espanto el río tormentoso de un proletariado hambriento; si no se establece un ambiente de justicia social, si no se da a los trabajadores una participación en las ganancias de los grandes capitales, algún día el hombre se levantará contra la máquina como contra un monstruo mecánico que aplastó bajo sus ruedas su propio corazón anhelante y trituró con la lima mordiente de sus cremalleras su pobre parcela de ilusión.
Con absoluta seguridad, Jaramillo Sánchez no afirma que el campo de aterrizaje de Manizales no quedará en inferiores condiciones a ninguno de los campos del país, que la pista de mil quinientos metros permitirá el aterrizaje de las grandes naves de transporte, que estará construido para mayo de 1947 y que según los estudios de los técnicos en aeronáutica las corrientes de aire son favorables lo mismo por el sur que por el norte, que esa explanada de Santágueda es de una belleza incomparable y que son absurdos, si no interesados, los deleznables argumentos que muchas veces se han puesto en juego para obstaculizar la construcción de nuestro aeródromo. Pero nos dice también Jaramillo Sánchez, que desde ahora el gobierno debe iniciar los trabajos de ampliación y acondicionamiento de la carretera en sus partes estrechas, para que no nos vaya a pasar que, cuando ya tengamos un magnífico campo de aterrizaje, no podamos ir a él porque los inviernos tenaces de nuestra zona nos cierren la vía con la sucesión de los derrumbes que son habituales en la región de La Cabaña. Esto no nos preocupa a nosotros; aquí donde se ha colonizado el vacío, donde se ha urbanizado el abismo, donde se ha terraplenado la sima, bien se puede hacer una vía al campo de Santágueda; los manizaleños encuentran su más altas satisfacción en vencer los obstáculos, en dominar esta naturaleza agresiva, en variar la topografía y someter a su voluntad la hostilidad de las vertientes y la soberbia de las cumbres.
Se asfaltará la carretera y quedaremos a cuarenta minutos del aeródromo. Todo el comercio del futuro se hará por los caminos del aire; prosperarán nuestras industrias, llegarán a nosotros los turistas, daremos realidad al imposible y quedaremos incorporados al progreso aéreo. Ya también nos señalarán en las guías con un alegre círculo rojo; seremos una escala de sorpresa en el itinerario de los buscadores de sensaciones, saldremos de la vereda al camino central de la civilización, y ese muchacho atrevido y valiente, y Manizaleño integral, que se llama Emilio Correa, realizará su ambición de venir a inaugurar nuestro campo, haciendo en la más fina y moderna de las máquinas aéreas piruetas escalofriantes sobre la ciudad que aún no ha olvidado cómo en una ocasión la hizo estremecer sacudiendo con el impulso de las hélices locas las palmeras del Parque de Caldas y pasando a nivel de la visera del Estadio, para entregar casi en propia mano un ramo de rosas a la transitoria soberana que regía con el cetro de su sonrisa el esplendor helénico de la fiesta olímpica.
Piedramani, julio 10 de 2018
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